Cinéfilos curiosos

domingo, 24 de abril de 2016

13º Indielisboa + SPETTERS (Paul Verhoeven, 1980)


El Cinéfilo Ignorante se apunta a la ruta de los festivales. Anda por Lisboa, que le queda muy cerca (tanto que, con el estúpido horario que sigue rigiendo en España, casi se llega a una hora más temprana de aquella en que se inicia el viaje) y muy lejos (Portugal tiene su propia y distinguida forma de hablar, comer, tomar café y de mirar hacia afuera y hacia adentro de sí mismo).












De la misma manera qu´en el anterior festival en que El Cinéfilo puso los pies y también la ilusión, se ha encontrado con una acogedora bienvenida por parte de los organizadores encargados de facilitarle el acceso a las proyecciones. Una vez más, ha sido por medio de correos electrónicos en los ha estado como correspondiente una persona llamada Mafalda, que ha respondido con rigor, prontitud y amabilidad todo en uno.



 
















Siguiendo las directrices de esta inesperada e-pal, hubo que plantarse en el complejo cultural llamado Culturgest, considerable edificio más hermoso por fuera que por dentro, a fin de recoger sus vouchers (como así los había denominado la tocaya de la criatura del dibujante Quino), canjeables por las 4 proyecciones en que le había demostrado interés este aficionado (y, por lo tanto Ignorante) al cine.



Además de proyectar películas, en Culturgest, está el tenderete de atractivos souvenirs del Festival así como un par de taquillas para comprar entradas para todas las salas que son sedes del IndieLisboa, un minirestaurante para tomar un exquisito café por 55 céntimos, y un extenso vestíbulo con puertas difíciles de abrir, sitios todos ideales para observar el ir y venir de modernos que posan cuando entran y salen por el complejo: lo que se dice El Ambientillo. Pero lo más importante es que uno se lleva sus vales y le dan muchas ganas de ver películas.


La primera de ellas tiene toda la pinta de una antigualla. Es verdad que el pasado, más conocido como Entonces, es un lugar donde tienen costumbres muy raras, sobre todo, a la hora de hacer cine. Para empezar, visten de pena, pero eso no influye tanto en la calidad cinematográfica como la forma en que chirrían las voces que surgen de personajes ajustados a papeles con miras más limitadas de la cuenta sin que, encima de todo, nos podamos olvidar de que los cortes en el sonido resultan ser interrupciones sumamente discordantes.




Así, una vez se supera el estado de desnortamiento que causa perderse en el País de Entonces, se hace necesario despojarse, entre otros, de los prejuicios expuestos más arriba y ponerse a disfrutar de una historia bastante original: tres amigos muy amigos -en realidad, muy poco parecidos entre sí- se ven metidos en un ambiente que les seduce y les traiciona, y que, afortunadamente, hace que tanto ellos como el espectador pasen por distintas y contradictorias fases.




Son otros personajes que pasean por las vidas de esos tres los que marcan su evolución y no sin desacierto. En medio de todo ello, domina la pantalla una libertad de tipo claramente sexual que ya quisieran los cineastas de la actualidad, afirmación escasamente propia de un Cinéfilo que se pirra por las películas de ahora quitando, como es obvio, aquellas que se sabe que van a representar la inevitable basura.






Hablando de ese espíritu, en Spatters, aparece, con toda naturalidad, una serie de penes (Está bien escrito) en diversos estados; del mismo modo, la mujer que ejerce su vida sexual como le da la gana tiene que someterse a, más bien, pocos comentarios desaprobatorios y, por último, la sexualidad del mundo gay recibe un tratamiento, si bien no políticamente correcto, sí asombrosa y perturbador. Sobra añadir que las escenas escabrosas pecan de una gracia que no anda reñida con la veracidad, siempre dentro de los cánones imperantes de Entonces. Eso sí: la banda sonora que envuelve a todas las acciones presentes en la peli llega a gustar de tan cutrilla como es.


En Entonces, las paredes se decoran o con papel pintado a cuál más chillón o con carteles de papel malo estampado con el careto de un jovencito John Travolta de sonriendo a lo Profidén y vacilando de flequillo, tupé y bucle lateral al mismo tiempo; por las calles se ven carteles de color blanco con unas letras en negro que dicen, sin cortarse ni un pelo, NINA HAGEN, y ponen la radio y lo que suena es "One Way or Another" de Blondie, recién aparecido como single. Por el contrario, en la tierra del Hoy en Día, no se camina dando saltitos ni, para hablar, se espera a que nuestro interlocutor acabe su discurso ni tampoco vemos como normal que un padre le trate a tortazo limpio a su propio hijo varón cada vez que le da un disgusto y, encima, casi con el beneplácito del propio maltratado.











Pero en Entonces también se hacen películas con toques magistrales. En concreto, hacia el final de Spetters, una combinación de acciones simultáneas deja al espectador con la boca abierta a la par que consiga que este se haya sorprendido al verse sonriendo con bromas aparentemente tontas lanzadas de forma perpicaz y oportuna en el desarrollo de la historia. Bueno... ¿Historia? Al principio, hay un batiburrillo de anécdotas del que le cuesta salir al señor Verhoeven.


Por cierto: a fuer de Ignorante, no sabía el Cinéfilo que el tal Verhoeven ha llegado a dirigir taquillazos del calibre de Robocop, Instinto Básico y Showgirls en una época posterior a sus actividades como cineasta nacional holandés; de hecho, cuando se ve el trailer de Spetters en YouTube, por algo, le sigue, en el A continuación, un vídeo llamado Nederland Jaren 70.















Ya es hora de que revelemos a quién le puede gustar este Spetters: a los cerveceros impenitentes; a los motoristas vintage; a los descreídos del reciclaje de basura; a los mecánicos con buen gusto para las chicas; a los padres que no se cortan un pelo para regañar a sus vástagos; a los aficionados a la fast food y, más exactamente, a la disponible en caravanas; a los cruisers de la hermandad gay; a las amantes de los abrigos de visón (que eso se lleva mucho en Entonces), a los sociólogos expertos en la evolución de los gustos de la juventud europea y, sin duda alguna, a los hedonistas descerebrados de todas las épocas.



Lo más difícil es la calificación: si sólamente hubiera que contar los primeros tres cuartos de hora, es decir, la primera mitad de Spetters, habría cateado, pero, al final y a pesar de los chirridos propios de Entonces, la película se convierte en una verdadera historia relativamente creíble cargada de dosis de tensión, intriga y buen hacer. Así, que, en la repesca, va y saca tres y media estrellas de un total de (Ya lo saben ustedes) cinco.